¿Por qué no te atreviste? No es tan difícil, son tan solo unas cuantas palabritas y luego te habrías sentido mejor ¿o no? Ah, es ahí donde dudas, porque si es solo para que tú te sientas mejor sería un poco egoísta ¿ no crees? Muy posiblemente. ¿Te has puesto a pensar en eso? ¿En por qué quieres hacerlo? ¿Y si en verdad hiciese las cosas más simples?
Pero no creo que haya sido eso, porque después de todo, lo que ibas a hacer me parece apropiado. Es sólo dejar las cosas en claro, como para que no haya ‘algo que flota’ y que no deja fluir a las palabras y sensaciones.
Creo que te paralizaste, llegó esa sensación. No como la de Sartre, felizmente, pero ¿quién no la ha sentido? ¿ No sabes a cual me refiero?
Es una sensación que comienza en realidad durante el camino, cuando vas organizando tus ideas.
Una vez que llegas, se multiplica por millones cada segundo y después te sientes tan pequeña e indefensa, como si una ola enorme viniera hacia ti y sabes que no vas a llegar a la orilla lo suficientemente rápido, pero no estas tan cerca como para zambullirte y solo te queda esperar a ser aplastada.
Después, es como si miles y miles de hormiguitas subieran por todo tu cuerpo, inundándote. Y no puedes moverte ni decir nada porque todas las palabras se ahogan en tu boca. Y todas las hormiguitas se concentran en un solo punto en el lado izquierdo de tu pecho, y hacen una fiesta y bailan y saltan muy fuerte, muy fuerte; y sientes que estás flotando pero también te mueres de miedo de caer. Y ese miedo va creciendo y creciendo y cada vez se vuelve más grande hasta transformarse en terror. Y te caes de tu nube. Y comienzas a temblar. Tus rodillas ceden, tus manos sudan, tu temperatura sube y lo inevitable, te pones roja, roja, rojísima. Y lo único que quieres hacer es salir de ahí, correr, gritar, sacar de ti esa frustración de no poder haberlo hecho. Una vez que calmada, y, aunque sigues temblando, llego yo y te pregunto: ¿Por qué no te atreviste? Era tan simple...